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La máquina que me amó

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libros
Actualizado 13-02-2008 12:55 CET

Cuando escucho los comentarios de los compañeros de trabajo casados sobre sus tristes vidas cotidianas, no me queda otra que reírme, porque yo no tengo esposa, ni falta que me hace, mientras mi amante robot no sufra ningún fallo mecánico. Esta felicidad cibernética de andar por casa tiene incluso más ventajas que la convencional y no plantea problemas de reparto de bienes en los procesos de separación.

Llegar a casa y pulsar el delicado botón de encendido se ha convertido en un acto de liberación. Cuando abre sus ojos metálicos con lentitud programada, me susurra su deseo contenido hasta el momento en que mi dedo índice la libera de su quietud de horas. Sin trámites comenzamos a hacer el amor de una forma desenfrenada, allí mismo, sobre la alfombra cálida, donde nos sumergiremos tras el clímax en una conversación pausada y calma para repasar las incidencias del día y afrontar con placidez el sueño.

Aunque pueda parecer el comienzo de un relato de ciencia ficción, David Levy, autor de “Sexo con los Robots: la evolución de las relaciones Humanos-Robots”, asegura que será factible a mediados de este siglo, teniendo en cuenta el desarrollo imparable de la inteligencia artificial.

El hombre incluso le pone entusiasmo.

-¡Imagínenselo, -exclama- sexo a voluntad las 24 horas los siete días de la semana!-

Al parecer, los progresos alcanzados en la reproducción de los músculos y los movimientos de los humanos o los avances en la imitación de emociones y de aspectos de la personalidad a través del desarrollo de la inteligencia artificial invitan a pensar que puede ser así.

Los investigadores japoneses de la Universidad de Waseda presentaron a finales del año pasado un robot que sabe cocinar y utilizar sus suaves manos de silicona para interactuar con los humanos.

Otra compañía japonesa, Axis, ya fabricó los que podrían ser considerados como los primeros robots sexuales, llamadas Honeydolls, y que cuentan con su propio foro de Internet en España. Son muñecas de resina y silicona de tamaño real, equipadas en cada seno con sensores conectados a un sonido que, cuando el usuario lo pellizca, hace emitir a la muñeca gritos de placer y susurrar palabras acarameladas en su oído (la versión con palabras obscenas se encuentra en proceso de fabricación).

Levy defiende lo que entiende como el ideal de una vida sexual desenfrenada, sin sentimientos de culpabilidad y libre del contagio de enfermedades de transmisión sexual. En otras palabras, un edén terrenal del que tampoco estarían excluidas las mujeres de carne y hueso, que podrían hacer realidad el sueño de tener siempre a mano el Gigoló Joe de Inteligencia Artificial para satisfacer sus deseos más irrefrenables, mantener una conversación entretenida o recibir ayuda emocional.

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