Los votos son la mejor arma de la que disponemos para acallar a las balas, millones de votos volando hacia las urnas, votos blancos de libertad de un pueblo que aspira a la libertad y a vivir en paz.
Hoy, cuando toca reflexionar con el telón de fondo de un nuevo cadáver a manos de la banda asesina, mi reflexión, y mi corazón también, dirige su mirada hacia ese pueblo noble y de abolengo, los vascos, hacia el martirio y el sufrimiento que les ha tocado vivir en primera persona. Porque nosotros padecemos el dolor de la pérdida, la salvajada del crimen, como ellos, pero ellos, además, han de vivir bajo la tiranía de la amenaza permanente a las puertas de su casa, bajo la coacción de no poder expresarse en libertad, actuar en libertad, pensar en libertad, vivir en libertad en un país privilegiado como pocos. Ha de ser duro aspirar a la libertad desde siempre y no poder ejercerla, disfrutarla en el día a día, por culpa de unos cuantos descerebrados.
La sociedad vasca, que tanto luchó en otros momentos históricos por desprenderse de las cadenas de la opresión, debe ahora alzar la voz. Debe gritar bien alto su aspiración máxima: vivir en la libertad por la que tanto ha suspirado. Y ese grito no se ejecuta sólo con la garganta, también, y probablemente sea la mejor manera de hacerlo, con el voto libre y secreto de cada uno de sus ciudadanos.
Quienes intentan implantar el miedo y el terror entre los pueblos no pueden salirse con la suya, no pueden imponer a todo un pueblo aquello que ellos mismos no han decidido ser, en primer lugar, porque ni siquiera les dejarán decidir lo que quieren en verdad ser.
El verdadero problema del pueblo vasco no es autodeterminación o no. Ni siquiera eso pueden elegir en libertad y sin miedo. El problema del pueblo vasco es la imposición violenta y criminal de un pensamiento único por parte de unos cuantos que se creen con el derecho de decidir quién es o no un ciudadano vasco. Mientras los vascos no se liberen de ese yugo de cuatro décadas no se podrán considerar lo bastante libres como para poder decidir sobre su futuro.
Ahora debemos dar todos el paso decisivo, el de cada cuatro años, solidarizándonos con un pueblo que vive bajo el cautiverio de las armas y que tiene la boca atada y la voz silenciada por las sombras de la violencia, y expresar nuestra voluntad firme mediante el voto. Indicándoles a los asesinos cuál es el camino que libremente deseamos para dotarnos de un futuro y una esperanza que tengan visos de realidad.
Que no nos callen, que no se salgan con la suya, que el grito de libertad se escuche en los confines del mundo.
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