En días pasados, la iglesia católica, por boca de monseñor Gianfranco Girotti, director del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica, organismo que supervisa la confesión y las indulgencias plenarias de la Iglesia católica, ha localizado la ubicación del infierno y ha determinado que se encuentra en la tierra.En una entrevista concedida a LOsservatore Romano, órgano oficial del Vaticano, el obispo ha dictaminado que los pecados tradicionales, los de toda la vida, ya no son los únicos que ofenden a Dios, y se ha permitido el lujo de ampliarlo sin explicar a qué criterios se ha acogido.
Pecadores todos en la tierra
Entre los nuevos fichajes para el equipo titular del mal se encuentran la acumulación de riqueza, la contaminación ambiental, la manipulación genética, el consumo y tráfico de drogas, el ocasionar pobreza, injusticia y desigualdad social y la pederastia.
Jerarcas, científicos, magnates, narcotraficantes, gerentes de empresas, directores de multinacionales presidentes de gobierno e incluso los propios integrantes de la santa institución han visto sus carnes temblar ante lo apocalíptico de la profecía, porque, con tales criterios de condena, dudo mucho que pudiera salvarse del infierno incluso el mismísimo papa.
La revista Forbes, en vista de los augurios, ha decidió unilateralmente no volver a publicar las listas de las más grandes fortunas del mundo, presa de insoportables remordimientos de conciencia, y el Opus Dei está celebrando una asamblea interna para disolverse de inmediato. El mismo Benedicto XVI no encuentra un rincón donde esconderse, al ser el máximo responsable de los bienes acumulados durante siglos por la Iglesia. También cuentan que el director del Banco Ambrosiano anda pataleando las calles míseras de las ciudades repartiendo a manos llenas el dinero de sus cajas inviolables.
Y es que este purpúreo jerarca cardenalicio ha decidido de manera unilateral que todo el planeta es pecador y, por tanto, está condenado al infierno sin excepciones. Así que el tipo, como si tal cosa, ha determinado que el infierno es la propia tierra, donde moran los pecadores sin remedio. Y nosotros, pobres mortales pecadores, nos ahorraremos el viaje final al submundo de llamas y sufrimiento al que parecíamos condenados de antemano. Desde luego, algunos de estos lumbreras, no deberían exponerse tanto a los efectos de la contaminación, dadas sus fatales consecuencias para el cerebro.
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