"Por favor, vístase un día de vicepresidenta del Gobierno y conteste a las preguntas que le hacemos en la sesión de control. 15 de marzo de 2006: con esta frase alcanzaba el culmen de su carrera política, el ex portavoz parlamentario del PP, Eduardo Zaplana, (Cartagena, 1956). La pregunta se la realizaba a Maria Teresa Fernández de la Vega, la entonces vicetodo del Gobierno de Zapatero. El preguntón en ese momento era el archipámpano por antonomasia del las filas del Partido Popular.
Dos años y pocos días después, el fichaje telefónico del antiguo molt honorable president de la Generalitat valençiana, habrá despertado una sonrisa ladina en la entonces insultada modelo del Vogue. Se libra de uno de sus más combativos rivales, y de uno de los más poderosos barones del PP. Mas su marcha no sólo ha contentado a los nietos de Pablo Iglesias. Porque Zaplana tiene el dudoso honor de poner por primera vez vez de acuerdo a las huestes genovesas y ferracinas: alegría lógica en las segundas pero también descorche de champán en las primeras, porque, ya se sabe que, al enemigo que huye, puente de plata. En Génova 13 respiran tranquilos.
Y es que la sola presencia del ex portavoz parlamentario del PP, crea desazón; en el PSOE, porque es uno de los diputados más combativos, correosos, fulleros y tahúres, -Alfonso Guerra, dixit-, del arco parlamentario. Su papel en la Comisión del 11-M, sus preguntas siempre incómodas al gobierno, sus réplicas repletas de ironía murciana y sus cargas de profundidad sobre el ejecutivo zetapino, le convirtieron en acreedor del título Azote oficial del gobierno. Se hizo también junto a Ángel Acebes, con el apodo oficial de los corbatas negras, diputados populares empeñados en hacer de los atentados de Atocha, su arma política favorita. Dentro de su propia formación hubo más brutus que en el PSOE. -Et tu Brute? Tu quoque fili mei?-
Fue Winston Churchill quien dijo: los miembros del otro partido son mis oponentes, mis enemigos están detrás mío, es decir, mi propio partido". Algo similar le ha parecido a Zaplana. Su principal oponente puede haber sido su amigo Rubalcaba; pero sus enemigos han sido la gente de su propio partido: gallardones, campsistas, feijoones, sorayones y quién sabe si a última hora también los rajoyones. Lo cierto es que se va cinco minutos antes de que le echen; cinco minutos antes de que le tengan para calentar el escaño; cinco minutos antes de convertirse en un simple dedo que apriete el botón del sí o el no según convenga a la votación parlamentaria.
Zaplana se retira a sus cuarteles del invierno de Praga. Cambia la villa y corte por el frío de las noches de Bohemia. Abandona sus sesiones de Solmanía, sus paseos por Benidorm, sus intrigas palaciegas, sus maniobras orquestales en la oscuridad, sus cenas en el Txistu Se va, pero conociendo su trayectoria, volverá por sorpresa para intentar tocar el poder con la punta de sus dedos. El molt honorable no se rinde para bien o para mal, para solaz de sus partidarios y depresión de sus oponentes y enemigos. El personaje, la persona, el político, es sin duda, discutido, discutible y polémico; podrá ser ignorante, maledicente y machista, -De la Vega dixit et pixit-; pero ¡mare meua, polítics com ell no hi ha molts!
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