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La mujer según Pollack y Saint Laurent

Archivado en:
cine, moda, cultura
Actualizado 04-06-2008 17:07 CET

Dos muertes han coincidido en el tiempo, la del cineasta Sydney Pollack y la del modisto Yves Saint Laurent. Un tipo de mujer –que podrían ser todas las mujeres- se ha quedado un poco más huérfano. Porque ellos no estarán para decir que existimos y no encontraremos demasiados sustitutos.

El director norteamericano comenzó quizás en 1973 a dibujar un prototipo femenino poco convencional y, paradójicamente, muy extendido, en “Tal como éramos”. El personaje de Barbra Streisand se alejaba de la hermosa diva para formar un carácter luchador y comprometido, algo torpe, humano, que sólo llegará a materializar el amor en breves temporadas y del que siempre sufrirá su fin. “Eres demasiado intensa”, le dice Robert Redford, divino inalcanzable, incapaz de entenderla y quererla por lo que es.

Redford se convertiría en el paradigma del hombre independiente que fascina por ello y que nunca se deja calzar las zapatillas, en “Memorias de África” (1985), el mayor éxito de Pollack. Meryl Streep vuelve a encarnar a una mujer corriente pero obstinada en arreglar el mundo que le rodea, casi sin poder impedir la obligación que se impone. Esa fortaleza adquirida subyuga al hombre libre y hermoso… pero no dura. “No nos perteneció, no me perteneció” reza ella en su funeral como epitafio de derrota.

Pollack nos dio un alivio rescatando a la hermosa “Sabrina” (1993) de otro genio: Willy Wilder. Por fin, una mujer atractiva en el reparto: Julia Ormond. Tenaz asimismo, romántica, nacida para perder. En el mediodía de su vida, Sydey Pollack decidió contar una historia con final complicado pero feliz, con el duro Harrison Ford, enternecido in extremis. Cenicienta rediviva.

“Caprichos del destino” (1999) convierte a Ford en un perdedor que comparte el dolor de la infidelidad con la discreta Kristin Scott Thomas. Sus cónyuges –que viven una aventura- se han matado juntos en un accidente de avión. A Pollack le invade el realismo de la vida cotidiana: su mujer fuerte se desvanece hundida por los acontecimientos, por la realidad que conoce, y la historia de amor desciende al “sálvese lo que se pueda”.

Yves Saint Laurent inventó la silueta femenina de hombros cuadrados y fue el primero en vestir a la mujer con pantalones. Acercaba los modelos, aunque fuera a costa de aproximar el femenino al masculino que sabía imperante. A cambio le dio, para compensar, transparencias sugerentes y espaldas al aire. Cuando se retiró en 2002, perdió una cuantiosa suma de dinero a favor de Gucci. Sólo con aguantar unos meses el contrato, la hubiera salvado. De personalidad controvertida, prefirió ser coherente y seguir a los fantasmas que le atenazaban. Fue entonces cuando dijo una frase con aroma machista que, sin embargo, las mujeres de Sydney Pollack entenderán: “El mejor vestido que puede llevar una mujer son los brazos del hombre al que ama. Para las que no tienen esa suerte, estoy yo”.

Así pudo haber sido: Barbra, la activista de izquierdas, vestida de alta costura para consolarse de la pérdida del Redford más maravilloso. Merryl con saharianas –inventadas por Saint Laurent- para olvidar que nadie la amó, Sabrina con transparencias que retengan al hombre que quizás tampoco le pertenece, Kristin en vaqueros de cualquier gran almacén para entender lo que termina siendo la vida.

Pollack y Saint Laurent algo entendieron y no es reconfortante saberlos fuera de este mundo. Trataron de dar poder a las mujeres, siendo hombres. Algo entendieron, sin duda. Quizás, ha llegado el tiempo en el que las propias mujeres se dotan de defensas, aunque seguramente no ante el amor.

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