El deporte en general y el fútbol en particular se presta a la eclosión ilógica e irracional de filias y fobias, de manera que uno acaba no soportando al Real Madrid porque no le gusta la cara de Guti o adorando al Rácing porque son majetes, quién sabe como llega uno a esa conclusión. Sin embargo a lo largo de mi vida he asistido a sólo a dos ejemplos abrumadores de filias y fobias futbolísticas debidas únicamente a lo que ocurría en el terreno de juego: el Barcelona de Johan Cruyff en las filias y la Grecia campeona de Europa en las fobias.
¿Quién quiere a los griegos? (EFE)
La selección griega consiguió algo francamente difícil durante el europeo de 2004: que un equipo pequeño que planta cara a los grandes no consiguiese la simpatía de los aficionados. La mezquindad futbolística anuló cualquier otra consideración posible y al terminar el campeonato se impusieron tres corrientes de pensamiento: los cínicos y resultadistas que celebraron la destrucción como la más grande de las creaciones; los analistas reflexivos que trataron de sacar conclusiones sobre el estado del fútbol en general a partir de este caso en particular; y los que simplemente quieren divertirse viendo el fútbol que decidieron que si Grecia era la mejor selección europea a ellos ya no les gustaba este deporte.
En la presentación de la columna La bota de Panenka de David Álvarez aparecía esta máxima: "Mirando el fútbol, uno es capaz de aguantar tardes enteras con la vista fija sobre un patatal en el que no sucede nada. Sólo porque puede terminar sucediendo". Eso, que es la excusa del futbolero para justificar hora y media de apatía, es la base de la estrategia de Otto Rehhagel como entrenador del equipo heleno: tratar de que no suceda nada en noventa minutos y esperar que, tal vez, algo les acabe sucediendo. Mis respetos a las tácticas de guerrilla, a la disciplina del once y al encontrar virtudes donde no las hay; aunque no se parezca en nada al fútbol. Hasta cierto punto me recuerdan a Michael Chang, aquel tenista norteamericano odioso, de juego infame e innoble, que consiguió que el adusto Ivan Lendl sonriera tras darle sin querer un pelotazo con un gesto de "esa te la has ganado".
Tal vez el truco de Suecia para señalar a los campeones diciendo "el emperador está desnudo" haya sido la ausencia de soberbia. Quizás la mirada por encima del hombro de los grandes europeos, la convicción de su superioridad técnica evidente, el creerse ganador antes de empezar el partido pasó factura a muchos durante el pasado europeo. Es posible que el mirar a los ojos del rival en lugar de a la coronilla sea la táctica adecuada para acabar con la desidia y la filosofía de un fútbol jugado a lo ancho y jamás a lo largo. Pero hay que agradecer a los escandinavos que con su victoria vayan a obligar a los griegos a tener que mostrar un plan B para tratar de pasar de ronda; si son capaces de reinventarse tendrán a media Europa (yo incluido) disculpándose, aunque en ese caso, como ocurrió con la maravillosa prórroga que hizo Italia ante Alemania en la semifinal del pasado Mundial, será legítimo preguntarles: ¿por qué no lo habéis hecho antes?
Alberto Haj-Saleh (Editor de Libro de Notas)
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