PEKÍN (CHINA).- Con pocas críticas de la población pekinesa, aún no acostumbrada a discrepar con el Partido, el barrio de Sanlitun crece a ritmo desmesurado.
Lo que otrora fuera la zona exclusiva de embajadas hoy, sin dejar de dar trabajo a los diplomáticos, se ha convertido en la zona de ocio y copas por excelencia de la comunidad occidental y de la muchachada nativa ávida de sentirse diferente.
Florecen los centros comerciales ostentosos como la trompeta de los muertos de la sierra Soriana en otoño. Nada menos que cuatro abrirán sus puertas antes del próximo verano para abastecer de apariencia globalizada a un sediento público que asocia Sanlitun a West Hollywood, Mónaco o Marbella. Pubs, discotecas, peluquerías de diseño, restaurantes de diversas nacionalidades y karaokes –auténtico opio del pueblo chino juvenil- se entremezclan con puestos callejeros de comida rápida autóctona, vendedores de dvd que mientras regateas te ofrecen material porno o algún infante pedigüeño con su madre de directora y tráfico. La conducción en Pekín es, por decirlo de algún modo, excesivamente libertaria y cuando cae la noche las calles de Sanlitun se transforman en un tapón de taxis, turismos, bicicletas, camiones y gentes. La banda sonora sería la de cientos de coches tocando el claxon con decenas de bares expulsando a digno volumen sus canciones seleccionadas.
No podemos pasar por alto otra característica importante de Sanlitun: las prostitutas. El sexo de pago está prohibido en China pero las meretrices se pueden encontrar por centenas. El problema es cuándo y dónde ya que su apariencia es igual a la de las demás mujeres. Vetada la prostitución es evidente que las armas de las que la practican no pueden ser visibles: nada de vestimentas de club de alterne, nada de movimientos circulares con el bolso y mucho menos lo de apostarse en una esquina ofreciendo sus servicios al mejor postor. Así que si el deseo es conocer a nativas puede pasarte que tras quince minutos de sana conversación te lleves la ingrata sorpresa de que la moza educada que decía estudiar piano se descuelgue con un rotundo "son mil yuanes", algo así como cien euros. Está el que accede, el que renegocia el precio dejando a un lado la supuesta afición de conservatorio de la señorita o el que prefiere amistades más fieles y cambia de sitio.
Uno de los emblemas de Sanlitun es el Yashow, unos grandes almacenes estilo chino donde prácticamente todo lo que se vende es copia. Hasta autobuses de turistas son traídos a invertir como si de un monumento milenario se tratara. Aquí el regateo es más usual que ver a Robinho hacerlo un domingo por la tarde en el Bernabéu. Centenares de tiendas de espacio ínfimo y atestadas de prendas de donde salen vendedoras que te agarran para que compres. Casi todos chapurrean el español que incluso se escucha por la megafonía incitadora en una clara muestra del interés que tienen en que adquieras algo.
Lo que puede empezar por costar presuntamente 500 yuanes (50 euros) puede llegar a descender hasta los cinco yuanes (cinco euros) pero hasta llegar ahí las interpretaciones dignas de Broadway donde la señorita de turno se hace la expoliada con aspavientos y en algunos casos hasta suelta alguna lagrimita que intenta humedecer la conciencia del extranjero para que cese en el desplome del valor a comprar.
Cada vez más occidentalizado, cada vez menos auténtico, Sanlitun es un barrio moderno que satisface al dicharachero pero que insulta al que busca el Pekín de antes, del que cada vez quedan menos lugares.
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