Regateo en Marruecos: manual de supervivencia

TETUÁN (MARRUECOS).-  Decir que Marruecos está de moda es llegar un poco tarde a la fiesta. Hordas de turistas occidentales (desde alemanes de los de toda la vida hasta mochileros desarrapados) vienen, desde hace años, protagonizando una segunda colonización. Sus highlights como destino: un cierto exotismo, una cada vez mayor accesibilidad (las compañías low cost están encontrando aquí un nuevo Eldorado) y bajos precios. Un factor, este último, que no es ninguna tontería, porque en Marruecos, aparte de comer, fumar, relajarse o muchas cosas más, se compra. Es impepinable: el que se acerca hasta el país marroquí, sale con varios kilos extra de equipaje en ropa, calzado o artesanía. Nos vamos de paseo por Chaouen, meca rifeña del turismo de mochila, con un puñado de dirhams (1 euro, 11 dirhams) en el bolsillo.

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En Chaouen, nos cuentan, se trabaja sobre todo la lana. Es algo que se ve a primera vista: se ve por todas partes, en casi cualquier tienda, en todas sus manifestaciones posibles. Entramos en un localito de 10 metros cuadrados literalmente relleno de lana en sus más variadas modalidades. "Todo hecho a mano", se apresura a señalar el sonriente vendedor, "y a precio de mayorista, aquí más barato que en cualquier otra tienda." ¿Debemos creer esto último? No lo parece: no será la última vez que escuchemos ese mantra a lo largo del día.

Paciencia. El regateo no es un mito, en los zocos marroquíes está vivo y coleando: pagar el precio de salida del vendedor es, casi siempre, 'hacer el primo'. ¿200 dirhams por un jersey con capucha typical Chaouen? Nanay, por muy bien trenzado que esté y por mucho que parezca que podría incubarse pollos en su interior. Con algo de fatiga, se puede sacar por 110 ó 120 dirhams. Nos costará un tira y afloja en el que tendremos que prometer que volveremos aquí en futuras visitas, incluir algún que otro artículo en el carro de la compra (¿un gorro? ¿una bufanda? ¿incluso una alfombra?) y un ratito de lloros y exclamaciones de indignación. El ritual puede alargarse hasta el infinito: un truco muy trillado, y es que en este arte poco queda ya por inventar, es irse de la tienda y volver al rato o al día siguiente a ver si hay más suerte. La paciencia, como decíamos, es la madre de la ciencia. De la ciencia del regateo, sobre todo.

Como no sólo de lana vive el hombre, probamos con otro sector manufacturero. Nuestra siguiente parada es una especie de santuario del cuero, un local de dos plantas donde habitan zapatillas y bolsos de todos los tipos, tamaños y colores. El propietario, sin embargo, no parece muy rumboso. Pide 300 dirhams por una bandolera XL pintada de blanco y azul. Atacamos con el paripé de contar los billetes de forma visible y ostentosa mientras contraofertamos: 150 dirhams, y gracias. Nuestros temores se confirman: el vendedor no aparenta estar dispuesto a rebajar sus pretensiones. "150 dirhams es lo que me cuesta a mí: si no le sumo al menos otros 150 más, no le estoy sacando beneficios al trabajo de coserlo todo y pintarlo". Y es que "aquí todo está hecho a mano, artesanal"; ya, ya... El tira y afloja no se prolonga demasiado: la falla entre su posición y la nuestra es demasiado pronunciada; nos vamos, esta vez, de manos vacías. Con todo, cuando estamos cruzando el umbral de la puerta recibimos una última andanada: "¡Última oferta, 200 dirhams!". El desacuerdo está en poco menos de 5 euros: ya no es una cuestión económica, es otra cosa: un asunto de orgullo. Desestimamos la oferta y continuamos.

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Cuatro tiendas después, ya hay signos de saturación. En una de ellas hemos conseguido una gnaowa (una especie de laúd del Magreb) por 150 dirhams, 100 menos de lo que inicialmente pedía su propietario. Y eso que, cuando hicimos nuestra última oferta (la ganadora), este nos preguntó con la mirada si le estábamos tomando el pelo. El viejo arte de la kinética, la comunicación no verbal; y sin embargo, no conviene dejarse engañar por este falso victimismo: es parte del juego.

Saturación, decíamos. Se precisa parada en uno de los varios cafés de la plaza Outa Al Hamam. Un poco de cuidado aquí, porque estamos en el principal punto de venta de la ciudad de otro de los artículos estrella del país: el hachís. Cruzar la plaza sin que al menos un par de jovenzuelos te ofrezcan 'buen costo, barato', es tan difícil como abandonar Marruecos sin haber comprado nada. O sea, casi imposible. ¿Hachís de calidad? "Depende", comenta Carlos, un ceutí con muchas visitas a sus espaldas, "si tienes la suerte de que el camello es honrado, has triunfado, porque el hachís es cojonudo. Ahora bien, también hay mucho timador por aquí". "En Essaouira", recuerda, "nos dieron auténtica mierda".

Pero volvamos a las transacciones que se desarrollan dentro de la legalidad. Un par de calles por detrás de la plaza encontramos otra tienda especializada en un género también clásico por estos pagos: las falsificaciones. Fuera del local se puede observar una ristra de camisetas de fútbol clavadas a las oficiales hasta en los más mínimos detalles. 80 dirhams la unidad, nos cuenta Abselam, el propietario. Arqueamos una ceja: el precio es sorprendentemente bajo; mejor dicho, el precio es sorprendentemente ajustado a lo que un cliente medianamente avispado pagaría. Se lo hacemos notar. "Aquí no regateamos", responde. "Si te das una vuelta por el resto de tiendas, cualquier precio que te digan está inflado sobre lo que verdaderamente vale el artículo. Son unos timadores: yo, lo que pido, es lo que de verdad cuesta. Prefiero renunciar a unos cuantos dirhams con tal de que la gente luego vuelva por aquí". Por lo que se ve, las técnicas de marketing en materia de fidelización de clientes van llegando a Marruecos. Abselam parece sincero: nos vamos con la casaca del Werder Bremen y con una sudadera de la selección de Marruecos a 150 dirhams.

Volvemos en dirección a la plaza Outa Al Hamam, y mientras esquivamos como podemos a los tenderos que, inasequibles al desaliento, nos atraen al interior de sus establecimientos, nos llaman la atención unas bonitas babuchas de cuero pintadas en negro y verde. Nos remangamos y pedimos precio. "150 Dirhams", responde el vendedor en un sorprendentemente bien perfilado castellano. Contraatacamos con otro viejo truco (todos estos viejos trucos son tan viejos, que prácticamente no sirven de nada): «4 tiendas más allá las he visto parecidas por 100: más de eso no te doy». Tuerce el gesto. ¿Aquí tampoco se regatea? Eso parece, aunque este no es tan simpático como Abselam. "Joder, voy a tener que empezar a poner etiquetas. Si las has visto iguales allí por 100 dirhams, pues cómpralas allí, solo faltaría que me dijeran por cuánto tengo que vender mis cosas". Mal rollo.Le explicamos que, siendo el regateo la tónica habitual de los zocos marroquíes, es imposible no tener el mecanismo de defensa permanentemente activado. Se relaja un poco: "Si lo comprendo, pero aquí paso de entrar en eso. Hombre, si os lleváis unos cuantos artículos, pues se hace una rebajita, pero como en el Corte Inglés, ¿no?". No precisamente. Sonríe, pícaro: "entonces, aquí mejor que en el Corte Inglés".