Arquitectura floral

Aquí estoy, encerrado. Bajo el aire acondicionado. Fuera, los treinta y tantos. Dentro, los 22, sin corbata, que me producen complejo de culpa. (Lo siento Sebastián). Tengo ganas de salir pero el rellano de mi escalera, que es como adentrarse de golpe en el centro del efecto invernadero, hace de barrera infranqueable. Y son cuatro pisos sin ascensor (¡esto si que es ahorro energético!).

(danielost.be/)

La arquitectura puede ser de más colores.

Pero no me resisto a salir. Y os invito a pasear, virtualmente, bajo la brisa del aire acondicionado o del abanico, por la obra del paisajista y/o florista belga, Daniel Ost.

Mi primera opción ha sido adentrarme en la obra Roberto Burle Marx, padre del paisajismo del siglo XX. Evitaría las críticas de los que ven este blog sólo construido de hormigón y ladrillo. Pero ya he estado recorriendo sus jardines, como los que conforman el "Sitio Roberto Burle Marx" o la "Casa do Pontal", físicamente, por lo cual hacía, que este paseo virtual se convirtiera en "morriña" y subiera mi temperatura corporal.

Y aquí estamos frente a un lago —en un "chateau" francés— lleno de pétalos de rosas, una instalación en el jardín de un palacio belga o un desfile de Dries Van Noten. Su obra está llena de poesía. Con, o sin flores, consigue sorprender, con formas novedosas y materiales poco convencionales. A veces, se sitúa cerca de la escultura, otras, como heredero del jardín zen. No es de extrañar que en Japón —allí el trabajo con las flores es un arte— sea una celebridad. "Allí, las flores están relacionadas con la espiritualidad", dice Ost, que ha sido apodado "El Puente" por su capacidad de mezcla oriental e influencias occidentales. "En Occidente usamos las flores de una manera puramente decorativa, pero en Japón, trabajan con el alma de las flores para expresar, no sólo la belleza, sino ideas como la muerte".

En Bélgica también lo es. Dicen que su tienda en la "Rue Royale" es un oasis de luz, color y frescor en una ciudad tan gris como Bruselas. Ost confiesa que le gusta trabajar con las flores desde pequeño, cuando vivía en el campo con sus abuelos. Se le debía notar mucho, porque su padre intentó evitarlo a toda costa (estudios militares, banca...), todo para que no se dedicara a ese "oficio de gays". Pero él siguió en el empeño. No hubo "cura". (Ost está felizmente casado, es padre de dos hijos y trabaja en su sueño).

Hoy en su tarjeta dice que es "bloembinder". Una vieja palabra flamenca que es difícil de traducir. "Se refiere a amarrar flores, pero no es como "florist" en inglés o "fleuriste" en francés. Es mucho más bello que eso", comenta en reportaje en "The New York Times". Y añade sobre el proceso de descomposición que actualmente le interesa: "Siempre he querido mostrar las flores en su mejor momento, pero ahora que soy mayor, también quiero explorar la belleza de morir".