Sant Jordi y el peligro de regalar libros

BARCELONA.-  Regalar libros siempre es peligroso. Pero hoy más que nunca, en Barcelona, es prudente recordar el riesgo, el peligro que supone regalar el libro equivocado a la persona que pretendemos conquistar. Conviene recordarlo ahora, cuando la celebración de la Diada de Sant Jordi —patrono de Cataluña— exige cumplir con el rito de regalar rosas, pero, sobre todo, libros. Miles de libros. Un gesto amable en esencia, que invita a la reconciliación. Pero que —como hemos dicho— también supone riesgos. Porque en Barcelona, el día de Sant Jordi es el día de los enamorados, y el pretexto para una conquista puede trasformarse en la oportunidad de cometer un error. O de recibir una burla solapada. Como le sucedió a una amiga que recibió 'La broma infinita' de parte de un chico que le gusta, pero se sintió agredida, ya que por su baja estatura siempre sintió como una broma infinita los apodos que le inventan sus colegas.

Toni Garriga (EFE)

Las Ramblas, a tope.

Empezando por el título, hay un abismo entre lo que un autor escribe y lo que su libro puede significar. Por eso obsequiar un libro es una especialidad refinada del arte de regalar. Ya lo dijo antes Enrique Vila-Matas, que además de escribir libros también los regala, y recuerda aquella vez que obsequió 'En busca del tiempo perdido' a un amigo tan susceptible que se sintió acusado de estar perdiendo el tiempo toda su vida.

Recibir y regalar libros es peligroso. Y hay errores que ni las buenas dedicatorias son capaces de enmendar. Lo veo claro en días como hoy, cuando en Barcelona se concreta más de la mitad de la venta anual de libros, y los malentendidos literarios pueden alcanzar dimensiones insospechadas, igual que en muchas ciudades del mundo, desde que la Unesco declaró el 23 de abril Día Internacional del Libro. Aunque también vale aclarar que, cuando un libro trasciende las intenciones de su autor, estamos hablando de un buen libro. O sea, de un arma, que tiene al menos un doble filo al convertirse en un regalo.

Rodrigo Fresán, escritor argentino que hace años vive en Barcelona, dijo que nunca se sintió un autor de éxito hasta aquel día que vio con sorpresa a un hombre robando un libro que él había escrito. ¿De qué manera las palabras logran transformarnos en fanáticos, amantes fogosos o kamikazes asesinos? ⁽¹⁾

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Toni Garriga (EFE)

Eduardo Mendoza firma libros.

Hay pocos momentos en que escritores y lectores se encuentran cara a cara para intentar entender cómo se produce la magia o el desastre. Y la celebración del día de Sant Jordi es uno de esos días.

Eduardo Mendoza hoy firma libros en Barcelona y Bernardo Atxaga, también. Muchas de sus obras acabarán envueltas en papel de regalo. Igual que el libro de Risto Mejide, que también dedica aquí sus ejemplares. O Jorge Bucay, que escucha con paciencia a sus fans que todo lo perdonan. Son cientos los escritores que hoy están al alcance de cualquiera en Barcelona. Pero debe ser esa mezcla de cultura del famoseo y la que parece una creciente mitología del autor la que produce las colas más largas frente los escritores consagrados, y a los que salen por la televisión. Yo hago fila de cara a los que nacieron en la década del ’70, y el mercado los vende como 'autores jóvenes' o 'revelación'. ¿Serán sus libros un buen regalo?

"Por tener algo de sexo, la mayoría regalará mi libro pensando en erotizarse. Pero se habrán equivocado", me dice Gabriela Wiener, que hoy firma ejemplares de Sexografías (Melusina, 2008), su primer libro publicado, en el que cuenta su incursión en el universo del intercambio de parejas, el erotismo carcelario y el mundo del pornostar Nacho Vidal, quien al final de una entrevista eyacula en sus zapatos. Wiener me confiesa que una vez la conquistaron con 'Los niños terribles', de Jean Cocteau, y así comprobó que no todos los buenos lectores son buenos amantes. Quizás también por eso ahora me asegura que si el objetivo es erotizar a tu pareja, lo más recomendable es esquivar la literatura erótica y apuntar al humor: "Porque hay pocas cosas que convoquen tanto al sexo como echarse unas risas en buena compañía".

Cuando regalas un libro, la persona que lo recibe siempre proyecta la necesidad de un mensaje: busca el papelito depositado en el interior de la botella. Eso dice Jordi Carrión, el escritor de Mataró que la próxima temporada publica su primera novela, 'Los Muertos' (Mondadori), y ahora me explica que no todos los libros sirven para regalar.

Toni Garriga (EFE)

Una pareja pasea por las Ramblas.

"'Rayuela' sólo se puede regalar a una mujer a la que vas a amar de verdad. En cambio, 'Cien años de soledad' se lo puedes regalar a cualquiera, porque contiene tantas historias que el lector no va a atribuirte una intención limitada", dice Carrión, y me cuenta que su novela sí que tiene una intención clara: que el lector se reconozca parte de una comunidad, adicta a las series televisivas, al facebook, al second life y los cómic ciberpunk.

Como dijo Lewis Carroll: las palabras que yo digo significan lo que yo les ordeno que signifiquen, pero si desobedecen no les permito que vuelvan a mi casa. La frase también sirve como declaración de intenciones cuando envolvemos un libro para regalo y hacemos propias palabras ajenas. Aunque hay otra forma menos pretenciosa de verlo.

"El único libro que no sirve para regalar son las páginas amarillas", dice el autor de 'El Dorado' (Mondadori, 2008), Robert Juan-Cantavella. Porque quiere recordar que en muchos casos el valor literario de los libros —sin excluir su novela, que va por la segunda edición— puede ser eclipsado por su valor decorativo, y en ese caso es cierto que ni el mueble más cutre resiste el maridaje tosco de una guía telefónica.

Entre tantos besos, rosas y libros, el clima es tan cándido en Sant Jordi que camufla por completo la fría maniobra que monta la industria editorial. Por eso es triste pensar que, a medida que los libros digitales prosperen, la multitud que hoy intercambia rosas y libros de papel pronto puede ser parte de una postal vieja. ¿Cómo se regalarán los libros del futuro? ¿Cuál será el escenario del ritual cuando el papel pase —si es que pasa— a la historia?

¿Puede tener magia recibir de regalo un ebook? En 'Homo Sampler. Tiempo y consumo en la era after pop' (Anagrama, 2008), Eloy Fernández Porta da cuenta en forma de ensayo de un futuro que ya llegó, donde nada es más moderno que lo clásico, mientras que lo posmoderno y el diseño con aires primitivos es vulgar. En ese sentido, un título clásico bien elegido —en papel o digital— puede ser un regalo guay-original. Pero al mismo tiempo un refugio para tímidos, que por no pasar por snobs, prefieren no arriesgarse y jamás confesar que Haruki Murakami los hizo llorar.

"Lo ideal sería obsequiar un libro que explique el estatus paradójico del regalo, que es a la vez desinteresado e interesado, que nos da pero también nos obliga a devolver", dice Fernández Porta, para no olvidar el hecho de que regalar provoca un cortocircuito entre un movimiento económico y otro afectivo. Sobre todo afectivo, porque si fuese tan fácil interpretar los intereses de otro todos seríamos amantes perfectos, y felices ignorantes del peligro que encierra un libro convertido en regalo.

(1) Sin que J. D. Salinger se lo propusiera nunca, en 1980 'El Guardián entre el centeno' quedó estigmatizado para siempre, porque Mark David Chapman dijo que era su libro inspirador y cargaba con un ejemplar el día que mató a John Lennon. Por no mencionar que pueblos enteros mueren y matan amparados por la interpretación de la Biblia o el Corán.