Si vas a Roma, a la final de la Champions o a lo que se tercie, es un pecado volver sin los finísimos calcetines púrpura que usan los cardenales. Esta imprescindible pieza chic -y con morbo- es sólo un ejemplo del tipo de recuerdo made in Roma más auténtico, el que se genera alrededor del Vaticano.
Atrévete a imitar a la curia vaticana
No es sólo por epatar al personal cuando claven la vista en esos calcetines púrpura que asoman entre el pantalón y los zapatos. Entrar en Gammarelli o en Barbiconi, dos de las 'sartoria per ecclesiastici' con más solera de Roma es una experiencia única. Tras sus vetustos mostradores los trajeados y maduros dependientes atienden a sus clientes, pertenecientes, la mayoría, a la curia romana. Pero con el mismo respeto e interés despachan a los turistas que conocen el secreto de los calcetines cardenalicios. Sólo hay que cerrar el puño y envolver el calcetín alrededor para verificar que la talla es la adecuada. En distintos blogs de tendencias los recomiendan junto a los típicos cardigans en gris. Su color, responde concretamente al tono oficial que utilizan los cardenales de la curia y su calidad, hilo, garantiza la transpiración. Mientras buscan los pares que has pedido y esperas que te cobren, es el momento de observar con la boca abierta como los empleados toman medidas a los sacerdotes: la sisa, el ancho de la espalda, el tiro... Te sientes como un voyeur. La ocasión destila morbo. Si algo circula por Roma son jóvenes vocaciones, una rara avis cada día más difícil de encontrar. El ambiente es íntimo. En ese alcanforado espacio, te metes en un trailer en el que lo excepcional se vuelve cotidiano. Perdérselo, no tiene perdón de Dios. Las calles adyacentes al Panteón -otra de las joyas romanas- albergan decenas de tiendas especializadas en moda y liturgia, hasta es posible encargar una bula papal que tras abonar religiosamente, recibirás en casa firmada por Benedicto XVI unos quince días después.
La sastrería en la que el Pápa encarga su vestimenta. Y en la que venden los famosos calcetines.
Las tiendas del Vaticano están repletas de tesoros. En mitad del camino que conduce a lo más alto de la cúpula de San Pedro, unas encantadoras monjitas, aguantan la indecisión de los innumerables visitantes que no saben si comprar un imán de Juan Pablo II o de Benedicto XVI. La amable sonrisa del anterior pontífice rivaliza con la áspera mirada de su sucesor. La eterna atracción por el lado oscuro aflora en esos instantes y ellas, solícitas y pacientes, envuelven los imanes para sujetar papeles en la nevera con el rostro de Ratzinger o Karol Wojtyła, que se convertirán en la atracción de tu cocina. Los posters del sumo pontífice también tienen su chispa. La variedad de platos permite completar una vajilla que será la envidia de tus invitados. Rosarios, estampitas y reliquias, son otras de las opciones asequibles que no arrepentirás jamás de haber comprado. Su eterno toque kitsch las hace imprescindibles. Otra de las curiosidades de ese pequeño despacho de recuerdos es que puedes enviar una postal franqueada desde allí mismo, con matasellos del Vaticano.
Que te pregunten la hora y antes de contestar consultes la esfera de tu reloj de pulsera con detalle de la Capilla Sixtina, es una originalidad que revela un carácter singular, y que has estado haciendo cola para contemplar la magna obra de Miguel Ángel. En el espacio que los museos vaticanos dedican a comercializar reproducciones de sus obras de arte, la sorpresa es la tónica habitual. Un busto de Eros, por 180 euros o un collar etrusco por 49 euros, libros en edición de lujo que rondan los 100 euros, reproducciones de frescos por 89 euros y ánforas fabricadas antes de ayer con las que regresar a casa como si fueses Indiana Jones. Gane o pierda tu equipo, merece la pena traerse un recuerdo material para refrescar la traicionera memoria al observarlo. Aunque la pela sea la pela y estemos en crisis.
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