Fotomontajes: la delgada línea entre el arte y la estupidez

Desde muy temprano la fotografía reveló su potencial crítico. Bien como documento que permite registrar la realidad o bien como estrategia de desmantelamiento del orden de la representación —como hicieron las vanguardias artísticas del pasado siglo a través del ‘collage’ y del montaje—.

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Sean Hillen

La obra Four Ideas for a New Town, un claro ejemplo de las posibilidades artísticas del fotomontaje.

Si la reproductibilidad técnica de la imagen propició un mayor nivel de distribución social del conocimiento, una mayor ‘democratización’ —como enunciaba Walter Benjamin en su celebre ensayo sobre el tema— la fotografía digital parecía haber venido a ensanchar esos límites de la cultura visual.

La mayoría de las opciones que nos ofrece el software fotográfico se limitan a reproducir miméticamente los viejos procesos químicos que se podían alcanzar en el cuarto oscuro, además de otras fantasías digitales perpetradas por sus programadores.

Dice José Luis Brea, profesor y teórico de arte contemporáneo, que las tecnologías digitales aplicadas a la fotografía permiten poner en marcha un ‘segundo obturador, un segundo dispositivo de introducción y/o modulación de imagen’ tras la toma. Efectivamente, cada vez son más los fotógrafos que hacen una foto dos veces. Primero sobre el terreno y luego modificándola drásticamente a través de los programas de edición.

Cuando el fotomontaje es arte

Artistas como el británico Peter Kennard o el irlandés Sean Hillen han desarrollado un interesante trabajo basado exclusivamente en el montaje fotográfico, en la línea en la que trabajara Martha Rosler durante los setenta, con un resultado políticamente muy subversivo cuyo influjo parece notarse entre muchos de los usuarios de Flickr.

Peter Kennard

La más célebre y ácida creación de este artista.

Del mismo modo resulta interesante comprobar que las composiciones fotográficas al estilo de David Hockney —en las que la imagen está compuesta con múltiples fragmentos fotográficos tomados desde puntos de vista dispares— proliferan como consecuencia de la enorme agilidad que proporcionan los medios digitales.

Menos es más, hombre

Pero el tratamiento digital de la imagen fotográfica, su manipulación, conduce a muchos a repetir rancias convenciones que no son sino rémoras de una práctica academicista y conservadora. Se adornan las fotografías con marcos, firmas, falsos destellos o solarizados en plan ‘gothic’.

En el peor de los casos se aplican filtros que convierten a las imágenes en una suerte de modernos tributos al puntillismo. Se crea de esta forma un pequeño museo de horrores digitales. Por ello no es mal consejo que muchos se apliquen el célebre lema 'menos es más' con cierto énfasis en lugar de meterse en camisa de once varas.

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Para saber más:

• El píxel, ese gran mentiroso