Roma.- El democristiano Giulio Andreotti, maestro de las artes de la política con el realismo como una de sus armas más sutiles y recreado en una ovacionada la película, "Il Divo" de Paolo Sorrentino, cumple mañana 90 años y espera "una prórroga de Dios".
El ex primer ministro italiano Giulio Andreotti durante la lectura de la llamada "Biblia día y noche", un recital continuo e integral del Antiguo y Nuevo Testamento durante seis días y siete noches, en la Basílica Santa Cruz de Jerusalén en Roma (Italia), el 5 de octubre de 2008. EFE/Archivo
Andreotti (Roma, 14 de enero) conocido como "Belcebú"; "El Divino" o "El Jorobadito", entre otros apelativos, es el símbolo del político italiano por antonomasia, exquisito, sagaz y de extrema destreza, sin cuya figura no se puede entender la política italiana desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy.
Superviviente de la Primera República, Andreotti se ha convertido en un mito vivo profundamente enigmático.
Lo ha sido todo, ha estado en todas partes. Miembro de la Asamblea Constituyente, siete veces presidente del Gobierno y veinte ministro, senador vitalicio y uno de los máximos exponentes de la Democracia Cristiana.
Los dos poderes fácticos más importantes de Italia, la Iglesia y la mafia, tampoco han sido ajenas a su trayectoria humana y política.
Con motivo de su cumpleaños para el que pide a Dios, con su profundo sarcasmo, una prórroga para estudiar lenguas que le hubieran venido muy bien cuando era ministro de Exteriores, habla de los orígenes de su proximidad religiosa al catolicismo y al papado romano con quien en los turbulentos años 70 y 80 logró sacar adelante el Concordato entre el Estado italiano y la Santa Sede.
"Mi relación con la Iglesia me viene del ambiente de cuando era pequeño. Provengo de una familia de tradición romana, con una tía nacida en 1854 para quien el Papa era siempre Pío IX e iba todos los días via Giulia para verlo pasar en carroza".
"Yo mismo a los 12 años y con el dinero que daban para la merienda, compraba ya el 'Osservatore Romano' y también 'Il Messagero'", decía recientemente a este último periódico.
La mafia quiso acabar con él y no pudo. Tampoco los tribunales italianos.
Superó un proceso en el que era acusado de instigar la muerte del periodista masón Mino Pecorelli en 1979 y los tribunales italianos finalmente le absolvieron en 2004 de asociación mafiosa después de un duro proceso en el que un testigo aseguró que Andreotti besó en la mejilla, gesto característico de la mafia, al jefe de la Cosa Nostra, Salvatore Totó Rina.
Fue su peor momento en la política: "Usaron los procesos para dejarme fuera de juego políticamente", dijo al diario "La Repubblica".
Doctor en Jurisprudencia y periodista, Andreotti, reconoce haber sobrevivido a sus enemigos, mantiene una gran archivo en el que guarda celosamente los grandes secretos de la historia contemporánea de Italia y que a su muerte piensa donar a la Fundación Sturzo, aunque "los verdaderos secretos no están allí", reconoció a "Il Messagero".
"Conozco algunos secretos de Estado, pero me los llevaré al Paraíso. Nunca me gustó la política espectáculo", confesó a "La Repubblica".
Sus dotes para la política son manifiestas. Representa quizá lo mejor y lo peor de ella. Parece ser un personaje educado en la política más sutil de los príncipes del Renacimiento. Calificarlo de maquiavélico puede resultar un tópico, pero es real. Él no se arrepiente de nada, asegura.
Un hombre enigmático, parsimonioso, de profundos desvelos, que sigue paseando por la Roma histórica encharcada o seca y que acude a rezar a las siete de la mañana a la iglesia de San Juan de los Florentinos, donde se encuentra con sus seguidores que le esperan para charlar con él y recibir sus donativos.
Su mejor aliado, su mujer, Livia, a la que fue siempre fiel tras haberla conocido, como él mismo ha revelado, hace casi 70 años durante un entierro en un cementerio, y su lema "el poder desgasta sólo al que no lo tiene".
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